Entonces ha llegado el momento de la verdad, cada uno de los elementos están aquí aunados uno tras otro, las mejores experiencias ya pasaron dejando atrás todo lo que no es posible digerir, el estómago dice “no quiero más” mientras que la garganta dice “allí te va un poco más”. Hablo de que ahorita, en este preciso momento en el que las palabras se forman es “el momento” y no es cualquiera, no trata de la radiologia ni de los misterios del hombre (de los cuales sé que hay demasiados).

¿De qué trata? han de estar pensando muchos de mis lectores: hablo de la felicidad. La junté en varias cajitas donde la escondí para que nadie se la pudiera llevar totalmente después de la partida de un ser muy especial, uno de los seres que más han marcado la existencia de mis genes y de mis pensamientos, de los más bellos recuerdos y de aquellos que le van acompañados como una tragedia, es entonces que no nombraré su nombre, pero es porque ustedes también lo conocían.

Decían que tenía la personalidad de un duque, del mejor personaje de todas las historias que aparecen en las películas, es él, pero aquí lo importante también es quiénes éramos juntos él y yo: una hermandad de lo inquebrantable, lo mejor de lo mejor, no lo puede negar ni siquiera la radiologia.

Sin embargo después de una partida así hice lo más inteligente que un ser humano que copia los instintos de un perro pudiera haber hecho: guarde en pequeñas dosis todas esas alegrías, capturándolas con un millón de candados que a la vez tenían dentro millones de pequeñas llaves: solamente con un equipo de rayos x lo pudieran ver: la ausencia de los recuerdos y los recuerdos que la mente entonces empieza a generar, debido a que aún así son indispensables para respirar este aire que ahora suena muy caliente o muy frío, pero lo que es obvio es que no es el mismo aire.

El aire anterior tenía una capa muy delgada de elementos que no se pueden explicar. La partida del duque a tierras lejanas corrompió el aire y el aire pasaba por la garganta al respirar, pero la garganta quedó, como siempre, acostumbrada a respirar ese aire, el único que no lo tolera después de todos los elementos que dieron como resultado esta tragedia es el estómago, ese maldito estómago es imponente, e imperdonable el cabrón.

Entonces tenemos un cuerpo que se presenta por las noches, y por las mañanas. Un cuerpo indeciso de elementos que no son constantes, no sonríe constantemente pero tampoco se siente triste, es como un cuerpo descompuesto, pero entonces este cuerpo de elementos recuerda a uno muy triste y más viejo que de plano tiene las piernas llenas de llagas, de ausencia de piel y de carnes rotas, de leucemia, de aquella enfermedad en la cual los muslos se caen por sí solos.

Es el padre. El padre de aquello desconocido. El padre del duque, aquel padre también lo llevó a tomar aquel barco que lo llevaría muy lejos pero se olvido de algo muy importante: ese viaje no tiene regreso, aunque si va dejando el velero un millón de bellísimas fotografías que le impulsan cada día más y más.

Entonces salimos constantemente ese padre y yo a buscar esas fotografías, pensando que encontraremos cada día más y más. Pero qué maldito equipo de rayos x.





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